La responsable de la Secretaría de Género, Equidad y Diversidad Sexual del PIT-CNT, Flor de Liz Feijoo, participó en Indonesia del encuentro internacional sobre trabajo a domicilio, donde denunció las “condiciones de explotación extrema” que sufren millones de trabajadoras en el mundo. En su intervención en el foro internacional destacó el contraste entre algunas realidades alarmantes con lo que se ha conquistado en Uruguay, donde existen leyes de protección laboral y negociación colectiva. En este marco, subrayó la importancia de ratificar el Convenio 177 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y alertó sobre la “represión sindical, el trabajo infantil, la pobreza estructural y las barreras culturales que enfrentan las mujeres trabajadoras en países como Pakistán, Ruanda e India”.
HomeNet International (HNI), o Red Internacional de Trabajo a Domicilio, organizó un evento presencial de cinco días titulado “Difusión del estudio de investigación sobre las cadenas globales de suministro de prendas de vestir y calzado y una estrategia de promoción”.
La actividad se llevó a cabo recientemente en Yakarta, Indonesia, y contó con la participación de delegaciones de trabajadoras provenientes de Argentina, Brasil, Bulgaria, Chile, Filipinas, Georgia, India, Indonesia, Kenia, Macedonia, Nepal, Pakistán, Tanzania, Tailandia y Uruguay.
La campaña impulsada por HNI tiene cuatro objetivos principales orientados a garantizar la protección de las personas que trabajan a domicilio y legitimar su estatus como trabajadoras. Esto permitiría, además, que puedan ejercer su voz en la sociedad y asegurar su visibilidad, fortaleciendo su reconocimiento como integrantes activas de la fuerza laboral.
El evento se centró en los hallazgos clave del estudio sobre las cadenas globales de suministro en los sectores de la confección y el calzado, y brindó una plataforma para el debate, el intercambio de conocimientos y la planificación estratégica.
La agenda de trabajo incluyó la presentación y el análisis de los resultados de la investigación, promoviendo una comprensión compartida de las estructuras de las cadenas de suministro en distintos países, la identificación de necesidades a nivel nacional y una visita de campo. También se abordó un análisis profundo de la legislación laboral tanto nacional como internacional, seguido de debates estratégicos sobre las acciones de incidencia necesarias para fortalecer los derechos de las personas trabajadoras.
El Comité Ejecutivo de HNI subrayó la urgente necesidad de que los países adopten medidas concretas para ratificar el Convenio 177 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), referido al trabajo a domicilio. Esta norma internacional, también conocida como C177, tiene como objetivo proteger los derechos de quienes trabajan en sus hogares y mejorar sus condiciones laborales.
La ratificación del C177 no solo compromete a los Estados miembros a tomar medidas apropiadas, sino que también sirve como referencia para que otros países elaboren políticas o directrices destinadas a proteger a este sector de trabajadoras y trabajadores.
Se estima que 147 millones de personas son trabajadoras en domicilio a nivel mundial, según la OIT, que gestionan tanto su trabajo remunerado como las responsabilidades adicionales de las tareas domésticas y de cuidado.
Derechos laborales y cadenas de suministro
En representación de Uruguay participó Flor de Liz Feijoo, responsable de la Secretaría de Género y Equidad del PIT-CNT, quien, en diálogo con el portal de la central sindical, expresó que durante el encuentro regional de trabajadoras y trabajadores a domicilio de América Latina, Asia y África, participaron representantes de los sectores textil, de vestimenta, cuero y calzado. “El evento se desarrolló en torno a dos ejes temáticos: por un lado, los derechos laborales, y por otro, las cadenas de suministro”.
“Cuando abordamos el tema del trabajo a domicilio, a veces no dimensionamos la magnitud que tiene a nivel mundial. Desde la perspectiva de la globalización, las cadenas de suministro atraviesan y conectan a millones de personas en todo el mundo”, expresó Flor de Liz Feijoo.
Agregó que fue “muy impactante poder visualizar cómo trabajadoras a domicilio en contextos de extrema precariedad en Indonesia -lugares inimaginablemente precarios, asentados alrededor de grandes fábricas-realizan determinadas tareas que forman parte del proceso de producción de un producto, para que luego algunas grandes marcas lo comercialicen”.
“Mujeres que, para armar el calzado deportivo, muchas veces tienen que comprar su propio cemento, trabajando en condiciones terribles, donde a veces no pueden ni respirar. Lo hacen en el piso o sobre un banquito, y les pagan una miseria”, describió la dirigente sindical.
Contó que le impresionó mucho “ver cómo las grandes marcas, cómo las transnacionales de estas industrias, explotan a las trabajadoras hasta el límite, de una forma impensable”.
Más allá de que en Uruguay también existen ejemplos y casos -porque aquí tenemos una rama de trabajo a domicilio, como el sector vestimenta-, donde al menos los trabajadores cuentan con los Consejos de Salarios, hablar de negociación colectiva en esos contextos es como estar hablando del país de las “maravillas”. Agregó que “solamente con saber que en Uruguay hay sindicatos que protegen una parte de los derechos ya es alentador”.
Feijoo manifestó que la situación de muchos trabajadores y trabajadoras en los países que participaron del encuentro es compleja, ya que la forma de organizarse muchas veces se da a través de pequeños colectivos, dentro de un movimiento sindical muy fragmentado, con varias centrales. “A veces, los trabajadores luchan por encontrar un espacio para actuar en conjunto, pero el propio sistema los inmovilizas y mantiene encerrado en su realidad”, señaló.
Por lo general, donde se instalan las fábricas, comienzan a formarse barrios a su alrededor, y en esos barrios las personas sobreviven a través de distintos oficios: “produciendo en sus casas o recurriendo a las ventas callejeras”, dijo. Agregó que se trata de lugares donde “no hay saneamiento y donde no existe el agua potable”.
“Pero ahí se fabrica calzado deportivo que se vende a muchos dólares, en contraste con el medio dólar que le pagan a la trabajadora. Es terrible. Lo mismo ocurre con la ropa, con los uniformes, y con distintas áreas de la industria. Las empresas, cuando no encuentran respuesta dentro de la maquila -cuando la maquila no tiene la capacidad productiva para atender ciertas demandas o nichos de mercado-, recurren a la mano de obra de los barrios”, expresó. Aseguró que “utilizan a esas trabajadoras, pagándoles cifras miserables. Les dan las migajas de lo que se reparte”.
Por otro lado, la dirigente sindical aclaró que en esos ámbitos no ocurren hechos como explotación sexual porque muchos de los países involucrados en el trabajo textil a domicilio son musulmanes y también hinduistas. “Entonces, la religión hace que estas personas tengan un tipo de convivencia que para nosotros, desde el punto de vista cultural, a veces no es entendible”.
Sin embargo, lamentó que se vea a niños trabajando. “Hay niños que pueden estar trabajando, pero además hay niños que conviven en esos espacios tan reducidos, junto a sus madres, con sus familias, en condiciones de extrema pobreza, sin saneamiento, sin acceso a agua potable. En esos mismos lugares, hay mujeres que trabajan para grandes marcas”.
“Más allá de que tienen el derecho a organizarse, enfrentan enormes dificultades para hacerlo, porque existe represión hacia las y los trabajadores que intentan organizarse”.
La problemática de las trabajadoras a domicilio se repite en la mayoría de los países, especialmente en aquellos donde la pobreza está más concentrada, como India o diversas regiones de África. Algunas de estas realidades están tan alejadas de la experiencia sindical uruguaya que cuesta comprenderlas plenamente. “Por ejemplo, los compañeros de Ruanda aún sienten miedo de movilizarse por sus derechos, porque cargan con el peso de su historia reciente. Cuando hablamos de movilización, ellos nos responden: ‘Nosotros vivimos un genocidio’. Y para ellos, movilizarse es algo altamente sensible, doloroso. No quieren volver a atravesar situaciones violentas. Por eso, les cuesta muchísimo reivindicar sus derechos sin pasar por el accionar colectivo que implica la movilización. Llevan sobre sus espaldas la mochila del genocidio”, dijo Feijoo.
Agregó que lo mismo sucede con las mujeres de Pakistán. “Allí, la mayoría de las trabajadoras a domicilio son mujeres, y aunque existe una central sindical, sólo una mujer -en un entorno dominado por varones- ocupa un rol de liderazgo. Ella es la referente sindical en los temas de vestimenta y trabajo a domicilio, y debe librar luchas muy duras para que la reconozcan y la respeten, enfrentando una cultura profundamente patriarcal”.
Las diferencias entre países son enormes. “Existen realidades muy distintas entre gobiernos democráticos con una única central de trabajadores y una trayectoria consolidada en la conquista de derechos, y países donde el sindicalismo es débil o reprimido. También hay contrastes abismales con naciones como Australia, que cuentan con un alto grado de reconocimiento, tecnología y fortaleza institucional para negociar en torno al trabajo a domicilio, con una impronta totalmente distinta a la de la mayoría de los países en desarrollo”.
El Convenio 177 de la OIT
Por otro lado, Feijoo señaló que fue evidente, durante los intercambios, cómo reaccionaban las trabajadoras de otros países cuando se les explicaba la legislación uruguaya. “Cuando les hablábamos de la Ley de la Vestimenta 18.846, del Convenio 177 de la OIT -que está implícito en esa ley-, y de la trazabilidad de los productos, nos miraban como preguntándose de qué estábamos hablando”.
“Marcamos una diferencia positiva en relación con Uruguay, tanto en lo que respecta a las leyes vigentes como al funcionamiento de la negociación colectiva. Sobre todo, destacamos las leyes que se han conquistado por rama de actividad, que protegen a todo el conjunto de trabajadores. Incluso mencionamos la Ley de Responsabilidad Penal Empresarial, que impulsaron los compañeros de la construcción, y fue como... ‘¿Cómo es eso?’ No lo podían creer”, sentenció.