Día Internacional del trabajo doméstico: eso que llaman amor
OIT | Este 22 de julio se conmemora el Día Internacional del trabajo doméstico, es decir aquel que se realiza dentro del hogar para promocionar y proveer bienestar a los miembros de la familia y sin recibir dinero por ello. En definitiva, se trata de las llamadas “labores del hogar”: limpiar la casa, planchar la ropa, preparar los alimentos, cuidar a los niños, entre muchas otras. La iniciativa fue declarada en el Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, celebrado en Lima, Perú, en el año 1983.
Cabe aclarar que el día no se refiere a aquellas personas que trabajan en hogares ajenos y reciben dinero por ello, a pesar de hacerlo en condiciones laborales de por sí muy precarias. El Día Internacional de las Trabajadoras del Servicio Doméstico es el 30 de marzo y es muy común que tanto las fechas como los conceptos de “trabajadora del servicio doméstico” y “trabajo doméstico” se confundan.
Con la fecha instituida el 22 de julio se propone visibilizar, precisamente, a quienes realizan trabajo doméstico no remunerado, en su mayoría mujeres y niñas, que según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desempeñan una labor que es poco valorada desde los puntos de vista económico y social.
En nuestra sociedad está muy naturalizada la creencia de que deben ser las mujeres quienes se ocupen de las labores domésticas y del cuidado, tanto de personas que no pueden valerse por sí mismas (niños y niñas, personas ancianas, enfermas o discapacitadas) como de aquellas que sí podrían hacerlo pero consideran normal ser atendidas y no ocuparse de nada que tenga que ver con el hogar.
Tal es así que dicha actividad sólo es considerada trabajo cuando hay que tercerizarla, cuando son otras las personas a las cuales hay que pagarles para que lo hagan. Únicamente es este caso se le otorga valor económico. Se invisibiliza el trabajo doméstico y al mismo tiempo se invisibiliza el aporte económico que las mujeres realizan para que la vida sea sostenible.
Radiografías de nuestro país
Hace un año se publicó la “Encuesta sobre trabajo no remunerado y uso del tiempo”, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) durante el último trimestre de 2013. Por primera vez en Argentina se realizó un estudio de este tipo, con el objetivo de registrar prácticas de la vida cotidiana e investigar qué sucede con los estereotipos y sesgos de género puertas adentro.
El panorama es de una gran desigualdad. La encuesta colocó bajo la etiqueta de “trabajo doméstico no remunerado” a tres tipos de actividades: quehaceres domésticos, apoyo escolar y cuidado de personas (ancianos o niños). Según estas categorías, a nivel nacional el 88,9% de las mujeres encuestadas realiza trabajo doméstico no remunerado, contra el 57,9% de los varones. Sin embargo en las diferentes provincias hay heterogeneidades.
La brecha es menor en Tierra del Fuego (91,7% de mujeres y 75,5% de varones), mientras que se incrementa notablemente en Salta, donde estas tareas son realizadas por el 85,2% de las mujeres y el 46,6% de los varones. En la Ciudad de Buenos Aires, las mujeres tienen una tasa de participación del 88,1% y los varones del 62,6%.
También se registraron las horas promedio que se invierten y allí existen fuertes desigualdades: en promedio, por día, las mujeres dedican 5,7 horas a las actividades domésticas no remuneradas, mientras que los varones dedican dos horas cada jornada, menos de la mitad.
Curiosamente, quienes más horas dedican cada día a estas tareas son mujeres y varones de Tierra del Fuego (las fueguinas dedican 7,4 horas cada día, los fueguinos, menos de la mitad: 3,5); por su parte, quienes menos tiempo dedican a esto son las y los riojanos (3,7 horas ellas, menos de la tercera parte, 1,1 horas ellos).
La raíz de la desigualdad
La naturalización del trabajo doméstico es un gran pilar de sostenimiento del sistema capitalista. La feminista Silvia Federici, quien recientemente visitó nuestro país, va más allá afirmando que a través del trabajo doméstico también se controla el cuerpo de las mujeres. La familia es una forma que el sistema capitalista encontró para hacer trabajar a las mujeres para que reproduzcan su fuerza de trabajo obrero, para obligarlas a reproducir trabajadores. Incluso afirma que “el capital y el Estado delegan en el trabajador el poder de controlar y golpear las mujeres si no cumplen con esa función”.
¿Cómo es posible esto? Según Federici debido a que se lo confunde con amor: “El capitalismo también se ha apropiado y ha manipulado la búsqueda de amor, de afectividad y de solidaridad entre todos los seres humanos; lo han deformado, usándolo como una medida para extraer trabajo no pagado. Por eso yo escribí que eso que llaman amor, nosotras lo llamamos trabajo no pagado”.
Diana Maffía también vincula en su artículo “Los desafíos actuales del feminismo” al trabajo doméstico con el sistema capitalista: “El capitalismo es un sistema que se apoya en la sobreexplotación de las mujeres, en el trabajo doméstico. Si realmente, fuera considerada la reproducción de la fuerza de trabajo, si cuantificáramos este trabajo y tuviéramos que pagarlo, el capitalismo estalla”.
En ese sentido añade: “El feminismo cuestiona que no es natural que nos tengamos que ocupar las mujeres exclusivamente del ámbito privado, aunque tengamos la capacidad biológica de gestar. Esa capacidad biológica no implica que tengamos que hacer todo el trabajo reproductivo en la vida privada gratis”.
Una gran fuente de desventajas para las mujeres
El trabajo no remunerado de las mujeres, además de ser injusto, conlleva un conjunto de desventajas para la participación económica de las mujeres y es lo que explica por qué persiste la desigualdad económica de género. El trabajo no remunerado se suma al trabajo remunerado, produciendo la llamada “doble jornada laboral” que va ciertamente en detrimento de la calidad del empleo que realizan fuera de sus hogares.
Las mujeres tienden a adaptar el trabajo remunerado porque priorizan el cuidado de la familia y es por ello que deben trabajar en empleos con horarios flexibles y más precarizados, o media jornada y ganando menos, o el trabajo a domicilio, para tener posibilidad de ocuparse simultáneamente de sus otras responsabilidades.
Para la socióloga Norma Sanchís, ex consultora de Naciones Unidas en temas de cadenas transnacionales de cuidado, hay varios niveles posibles de intervención de las políticas en esta temática.
Según explica, “desde el nivel macro, la valorización del trabajo no remunerado para incorporarlo a las cuentas públicas y hacer visible su aporte a la economía del país. También es necesario revisar la normativa de licencias por maternidad, que debería ser ampliada por lo menos hasta 14 semanas y de paternidad, que continúan siendo mínimas. En otro nivel, hay una falencia estructural del Estado en la provisión de servicios gratuitos y de calidad para el cuidado de los más chicos, y también de los adultos mayores”.