En cada primero de mayo los trabajadores expresamos por encima de fronteras por encima de fronteras –como ha dicho José Ingenieros- la convergencia de voluntades en la lucha por la nueva organización social, en un ejemplo de fraternidad como antes no presenciara la historia.
No es este un día de fiesta. Porque no podemos celebrar como tal el aniversario de la muerte de quienes cayeron luchando por la humanidad.
En el silencio obligado, o en mitines con banderas y esperanzas desplegadas, el 1º de mayo es una jornada de lucha, de recuerdo y de análisis; de balance y de afirmación de un compromiso: el de construir una sociedad sin explotados ni explotadores.
La conmemoración del 1º de mayo está ligada a la lucha por la reducción de la jornada de trabajo. Una conquista que no obtuvimos, en país alguno, como un regalo.
En su historia, la lucha por las ocho horas suma dos hechos decisivos: las jornadas sangrientas de 1886 en Chicago (Estados Unidos), y las decisiones de dos Congresos Obreros, en 1889. Chicago, aún antes de los sucesos que fijarán para siempre el 1º de mayo en la memoria de los trabajadores, ya era ciudad de mártires.
Imperaba allí la libre empresa y los obreros trabajaban jornadas que ni siquiera les permitían ver a sus hijos y mujeres a la luz del día. En 1884, al fracasar las gestiones ante los partidos Demócrata y Republicano, se abre camino la idea de una acción sindical unánime. Las organizaciones sindicales toman, finalmente, una decisión: a partir del 1º de mayo de 1886 no se trabajará más de ocho horas. Se preparan folletos, periódicos, mitines. En todas partes los sindicatos trabajan con entusiasmo y con la difusión de las ideas crece la conciencia.
Se vive una primavera de fraternidad en la esperanza, que desemboca en un abril de huelgas y enfrentamientos con las fuerzas del orden. Las llamas de la cuestión social iluminan al Presidente Cleveland, que afirma: “Las relaciones capital y trabajo son poco satisfactorias; y esto, en gran medida, gracias a las ávidas e inconsideradas acciones de los empleadores”.
Amanece finalmente, el 1º de mayo de 1886 y la consigna se ha templado en la voluntad de los trabajadores: “Ocho horas de trabajo, ocho horas de reposo, ocho para el estudio y la recreación. A partir de hoy ningún obrero debe trabajar más de ocho horas por día”.
Génesis
Una inmensa huelga general anuncia la posibilidad de un mundo nuevo. La jornada fue sangrienta en Milwaukee, donde una descarga de fusilería alcanza a los manifestantes. Pero, la huelga se mantiene. El 3 de mayo los sucesos son aún más trágicos. Huelguistas van a la salida de una fábrica a repudiar a los amarillos. “Allí estaba la fábrica insolente –dirá José Martí en sus crónicas- empleando, para reducir a los obreros que luchan contra el hambre, a las mismas víctimas desesperadas del hambre”.
Hay choque con la policía: quedan cinco obreros muertos y cincuenta heridos. En respuesta, se convoca el 4 de mayo de 1886 a un mitin en la Plaza Haymarket. Al finalizar el acto, en el que hablan los compañeros Spies, Parsons y Fieldem, cuando la multitud comienza a retirarse irrumpe la policía. Estalla en ese momento una bomba: dos policía mueren en el acto, seis más tarde. La policía abre fuego sobre la multitud: caen más de cincuenta, muchos heridos mortalmente. Después, estado de sitio, detenciones, cárcel, elección de jueces para una “condena ejemplar”; el propio ministerio público prepara los falsos testimonios.
No existe la menor participación directa de los inculpados. Pero éstos son enemigos del régimen; declarados partidarios del anarquismo. El único sentenciado a quince años de prisión fue Oscar Neebe, pero a gritos pidió que se le ejecutase junto con los demás, pues él no era menos culpable que sus compañeros, ya que todos eran inocentes.
El diálogo de Neebe con él juez Gary, es muy elocuente como alegato: “Vi a los panaderos de la ciudad que trabajaban como perros. Ayudé a organizarlos. Ahora trabajan 10 horas y no 14 o 16 como antes. Otro día vi que los cerveceros comenzaban su labor a las cuatro de la mañana, regresaban a sus casas a la siete u ocho de la noche. Fui a trabajar para organizarlos. Esos son mis crímenes”.
El 9 de octubre de 1886 se dictó sentencia para los siete: muerte en la horca.
La Corte Suprema rehusó terminantemente examinar el caso, denegando todas las apelaciones. El gobernador Oglesby fue en última instancia quien tenía en sus manos la vida de los sindicalistas. De todos los rincones del país llegaron a su despacho rogando clemencia para los detenidos o cambiar la sanción por cadena perpetua.
Samuel Gompers influyente dirigente, la Cámara de Diputados de Francia, Italia, España, Rusia, Holanda, Inglaterra, hicieron llegar las protestas en forma escrita o con manifestaciones obreras.
Cuestión de privilegios
Uno de los jurados, ante quien se plantea la inocencia de los acusados dirá: “Los colgaremos lo mismo. Son hombres demasiados sacrificados, demasiado inteligentes y peligrosos para nuestros privilegios”. El día anterior a la ejecución se le conmutó las condenas a Fieldem y Schwab por la de prisión perpetua.
Louis Lingg apareció muerto en su celda. Se dijo que se había suicidado, pero nunca se supo exactamente si fue suicidio o asesinato; tenía 27 años y desconocía totalmente el inglés.
Parsons, que será uno de los mártires junto a Fischer, Spies, Lingg y Engel, también condenados a muerte dirá: “Si es necesario subiré a la horca por los derechos del trabajo, la causa de la libertad y el mejoramiento de la suerte de los oprimidos”.
Fischer sorprende a los guardias por su serenidad cuando explica: “Este mundo no me parece justo y batallo ahora muriendo para crear un mundo justo”.
Engel dirá: “¿En qué consiste mi crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que mientras unos amontonan millones otros caen en la degradación y la miseria”.
Spies, al disponerse a morir saludará proféticamente: “… al tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces, que estrangula la muerte”.
El 11 de noviembre de 1886, la noche vomita cinco mártires a la eternidad. El Congreso de diciembre de 1888 Federal Trades en San Luis, fija a partir del 1º de mayo de 1890 una manifestación fija en recuerdo a la lucha por las jornadas de ocho horas. El primer Congreso Obrero en París en el año 1889 ratifica esa fecha y le da carácter internacional a la misma. En el Congreso de Bruselas de 1891 se vuelve a ratificar la resolución de la manifestación del 1º de mayo en favor de la jornada de ocho horas, completando con un plan de reivindicaciones económicas haciendo de esa jornada una afirmación de la lucha de la clase obrera.
En el Congreso de Zurich de 1893, se reiteró el planteamiento.
En Uruguay
(…) Muchos primeros de mayo vieron al pueblo uruguayo en la calle, proponiendo soluciones a los problemas del país desde el ángulo de los trabajadores. El último de ellos fue el primero de mayo de 1973, cuando la población trabajadora del país conmemoró conjuntamente su día de honor y de lucha.